El Tiempo de Pergamino

Política
 Jueves 19 de Diciembre de 2024

Editorial

Silencio ante la Crisis

Un año atrás, las voces de las clases más vulnerables resonaban en todos los rincones del país, clamando por una distribución más equitativa del ingreso y por apoyo para llegar a fin de mes. Los medios de comunicación, desde los nacionales hasta los locales, reflejaban un descontento palpable por la situación económica. Sin embargo, en el último año, desde que comenzó la era de Javier Milei, ese clamor ha disminuido notablemente. A pesar de que la pobreza ha aumentado, la desocupación se ha disparado y los salarios han perdido su poder adquisitivo, la indignación social parece haberse desvanecido.

 

¿Qué ha sucedido? ¿Por qué quienes antes podían mover la aguja del cambio, ahora parecen resignados ante un panorama que se agudiza día a día? En un contexto donde los indicadores sociales son alarmantes, la falta de protesta y de demanda de derechos resulta desconcertante. Una posible respuesta se encuentra en la percepción de una sociedad que, en lugar de unirse en la lucha por sus necesidades, se ha convertido en una especie de espectadora pasiva de su propia tragedia.

Es innegable que ha habido un abuso sistemático por parte de los gobiernos, y que muchas de las políticas implementadas en el pasado han fallado en abordar las verdaderas necesidades de la población. Sin embargo, la falta de respuesta actual podría sugerir una resignación o un cambio en la mentalidad colectiva. Se vislumbra una nueva realidad donde los negocios venden menos, los hábitos de consumo se transforman, y sectores como las pequeñas y medianas empresas (Pymes) están al borde de la extinción. La medicina y la educación, pilares fundamentales de cualquier sociedad, se encuentran en niveles críticos, y, sin embargo, los reclamos son escasos.

Este silencio social plantea serias interrogantes: ¿Estamos ante una sociedad que ha perdido la esperanza? ¿O es que, quizás, se ha adaptado a la adversidad, convirtiendo el sufrimiento en una rutina? La falta de quejas puede ser un signo de apatía o, por el contrario, de una profunda resignación ante un sistema que parece inquebrantable.

Es fundamental que las voces de quienes sufren no se silencien. La lucha por una vida digna y justa debe continuar, y es responsabilidad de todos nosotros, como sociedad, reavivar el debate y la acción. No podemos permitir que la desilusión ahogue el deseo de cambio. La historia nos enseña que el silencio puede ser cómplice de la injusticia. Es momento de retomar las riendas de nuestro destino y exigir, nuevamente, lo que nos corresponde.

 



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