Las cartas se han echado de nuevo y, con el inicio de este nuevo año, se abre un compás de incertidumbre que determinará si los economistas nos quedamos en la etiqueta de "econochantas mandriles" o si finalmente logramos encauzar nuestras proyecciones hacia un 2025 más realista. Pero la realidad es dura, y la dualidad entre las proyecciones del mercado y las promesas del Gobierno no hace más que profundizar las divisiones y la desconfianza en el sistema económico.
Los últimos informes, como el Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) del Banco Central y el informe de Latin Focus, revelan que, a pesar de la abrumadora inflación que se espera que cierre en torno al 119% este año, las proyecciones para 2025 apuntan a un 35%. Y aquí es donde empieza la desconexión. Mientras el mercado se aferra a cálculos que se basan en la dura realidad económica, el Gobierno se atreve a fijar un objetivo de inflación del 18% en su presupuesto, una meta que suena más a una utopía que a una proyección plausible. ¿Es esta cifra una promesa sincera o una mera ilusión para calmar a un electorado ansioso?
El panorama del tipo de cambio no es menos inquietante. Después de que la administración anterior dejara un dólar a $366 con una brecha cambiaria que alcanzaba hasta el 200%, hoy observamos un ajuste del tipo de cambio a $800. La promesa de una devaluación controlada ha sido recibida con escepticismo, ya que las declaraciones de altos funcionarios sobre una posible desaceleración a un 1% mensual son, en el mejor de los casos, dudas que flotan en el aire. Mientras el mercado anticipa un tipo de cambio de $1.400, la pregunta persiste: ¿quién tendrá la razón? Es desconcertante que, mientras unos esperan un gradualismo, otros ya vislumbran un Cuento de las Mil y Una Noches.
Aún más alarmante es el riesgo de que el proceso desinflacionario, ya de por sí frágil, sufra un parón si se opta por liberar restricciones cambiarias post-electorales. La sombra del "overhang monetario", ese exceso devastador de pesos esperando salir del cepo, se cierne sobre las proyecciones. ¿Podría esto interrumpir el delicado avance que todos deseamos?
Es necesario señalar que, en medio de tantas promesas, el escaso nivel de credibilidad del Gobierno no favorece un clima de confianza. Las palabras suenan vacías cuando se anteponen a la decepcionante realidad del desempleo, que podría rondar el 8% en 2025, y a una actividad económica que ha sufrido caídas consecutivas en los últimos años. Se habla de un crecimiento del 5% para 2025, pero ¿acaso no es un llamado al optimismo desmedido en un entorno en el que ni siquiera las condiciones básicas están aseguradas?
Además, la relación con el FMI, que ha comenzado a encarrilarse gracias a factores externos, se torna preocupante. Aunque la administración de Milei ha encontrado alivio en el ámbito internacional, esta relación dependerá de compromisos que aún están por definirse y que, de no cumplir, podrían condenarnos a un nuevo ciclo de deudas y promesas incumplidas.
A nivel global, la situación no resulta más alentadora. Los movimientos del proteccionismo estadounidense y la incertidumbre de la guerra comercial con China amenazan con intensificar la presión sobre nuestras finanzas, sumergiéndonos en un mar de incertidumbres que podría resultar devastador.
El 2025 se presenta como un campo de batalla en el que conviven esperanzas y reticencias. Para los economistas, la misión será descifrar la realidad que se oculta tras las promesas. La pregunta que persiste en la mente de todos es: ¿seremos capaces de construir un futuro económico sustentado en la confianza y la sinceridad, o nos quedaremos atrapados en el espejismo de promesas vacías? La respuesta parece depender de la valentía y la responsabilidad que adoptemos a partir de ahora.
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