Por las manos de Eduardo Luciano pasaron miles de historias, pasajeros y kilómetros de vías. Nacido y criado en el barrio Doctor Arturo Illia, en Pergamino, este ferroviario jubilado resume en su voz el pulso de una época en la que el tren era símbolo de progreso, trabajo y encuentro. Hoy, desde la calma de su jubilación, recuerda con emoción su recorrido de más de tres décadas al frente de locomotoras que marcaron una era.
“Yo arranqué muy pibe”, cuenta. “Trabajaba de tornero mecánico acá en Pergamino, pero con la época del proceso militar y la llamada ‘plata dulce’, muchas industrias cerraron o se fueron a Brasil. Me quedé sin trabajo y mi viejo, que era fanático del ferrocarril, me llenó la solicitud para entrar”. Así fue como comenzó una historia de vida que, entre ruidos de rieles y silbatos, llevaría a Eduardo a cumplir un sueño que pocos logran.
Emigrar a Buenos Aires
Su carrera ferroviaria comenzó en Buenos Aires, en Victoria, donde realizó el curso de conductor de trenes. “Empecé en el ramal Retiro-Tigre, y trabajé ahí hasta que llegó la privatización. Muchos nos quedamos sin trabajo, pero tuve la suerte de poder entrar en el Tren de la Costa, de Santiago Soldati”, recuerda. Aquella línea, que unía Delta con la Quinta de Olivos, se convirtió en un hito: fue el primer tren netamente privado del país, con coches traídos de España y tecnología de punta. “En ese momento era un boom -dice con una sonrisa-, porque tenía un sistema de señales distinto, un confort que acá no se conocía, y hasta teléfono en la cabina. Me acuerdo que desde arriba del tren llamé a mi viejo, acá en Pergamino. Se emocionó tanto cuando le dije: ‘Viejo, te estoy llamando desde el tren’”.
Rey de España y Lady Di
El paso de Eduardo por el Tren de la Costa lo llevó también a vivir momentos únicos. “Llevé al rey de España en la cabina, junto con la infanta. Muy amables los dos, estuvimos charlando todo el viaje. También vino Lady Di, aunque ella no viajó en la cabina de los maquinistas del tren, sino en el salón junto a Soldati y la comitiva”, recuerda. Aquellos años fueron de esplendor: “El tren era hermoso, y en las fiestas de fin de año estábamos todos: los conductores, el que barría, el gerente general y el dueño. Era una gran familia”.
Con el tiempo, Eduardo participó también de la inauguración del casino Trilenium, cuando el servicio volvió a funcionar de noche para acompañar la apertura del complejo.
Jubilación
Luego, llegaría el retiro. “Me jubilé con 33 años de ferroviario. El ferrocarril fue parte de mi vida. Dormí en vagones abandonados, me bañaba en baños viejos que nos prestaban, aprendí a vivir en Buenos Aires. Fueron años duros pero llenos de orgullo”.
Estación Pergamino
La charla lo devuelve por un momento a Pergamino. “Acá, en este mismo lugar donde tomamos el café (con mucha nostalgia, comenta), me venía a despedir mi viejo con el bolso. Era fanático del tren. Pasábamos Navidad y Año Nuevo arriba del ferrocarril. El ferrocarril fue una gran empresa, y si Argentina le hubiera dado más importancia, hoy sería de punta. Este país necesita el tren por lo extenso que es y por su economía cerealera. Los ingleses dejaron todas las vías pensadas para que todo convergiera al puerto. Pero lamentablemente se abandonó el ferrocarril de pasajeros, el que unía pueblos que hoy quedaron vacíos”.
Eduardo recuerda cómo el tren era más que un medio de transporte: “Había trenes que llevaban agua a los pueblos, trenes sanitarios que salían cuando había emergencias. Todo eso se perdió. Los ramales troncales todavía funcionan bien, pero el tren de pasajeros, el que unía a la gente, se fue apagando”.
Pasajeros
A lo largo de su carrera, Eduardo siempre manejó trenes de pasajeros. “En la zona urbana los accidentes eran frecuentes. Todos los conductores tuvimos arrollamientos. Estadísticamente, uno por año. Es algo con lo que aprendés a convivir, pero no deja de doler”.
Cumplir su sueño
Hoy, sentado frente a una taza de café y con la tranquilidad de haber cumplido una vida de trabajo, Eduardo reflexiona: “Sí, cumplí el sueño. Todo lo que soñé de pibe lo logré. El ferrocarril me dio amigos, experiencias y una historia para contar”.
Ya jubilado, reparte sus días entre su casa en Pergamino y sus viajes a Buenos Aires. También visita amigos en Rosario o en Misiones, y hasta planea cruzar a Ciudad del Este “a buscar un celular más barato, porque la situación no da para mucho más”, dice entre risas. “Pero sigo siendo ferroviario de alma. Lo que aprendí en esos trenes me acompañará toda la vida”.
Antes de despedirse, deja una reflexión con tono crítico pero esperanzado: “Argentina privilegió el transporte automotor, y eso tiene que ver con los intereses de las multinacionales que fabrican camiones y cubiertas. El ferrocarril no les compra nada, por eso quedó al costado. Pero un tren de carga equivale a siete u ocho camiones. Es más barato, más rápido y más eficiente. Si el país apostara de verdad al tren, sería otra historia”.
Eduardo Luciano habla con la calma de quien ha recorrido muchos caminos, pero siempre vuelve al mismo andén: el de su vida sobre los rieles. “El ferrocarril -dice- fue y será siempre mi casa”.
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